Testimonios

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- Anónimo, 39 años.


Nunca creí que yo fuera ludópata.


Todo empezó sobre el 2017-2018 cuando empecé a hacer apuestas deportivas sobre fútbol y, qué casualidad, empecé ganando dinero. En aquel momento yo creía que controlaba, que yo no tendría nunca esa adicción, porque siempre me he considerado una persona muy coherente y responsable, pero vuelves a ganar y, como la situación económica siempre va al límite en casa, piensas que siempre vas a ganar y conseguir un dinero extra.


Hasta aquí todo bien, hasta que empiezas a perder y empieza la locura. La locura de querer recuperar dinero haciendo más apuestas, cada vez más intenso y de más cantidad de dinero… Así día tras día, hasta que llegué a obsesionarme. Es sobre 2019-2020 cuando empiezo a investigar en los juegos online y descubro la ruleta. En este juego los premios o las pérdidas son instantáneas y puedes jugar online a cualquier hora del día (lo que lo hace más adictivo aún).


Empiezo a jugar y, al igual que en las apuestas, hay veces que gano dinero, hasta que otra vez piensas que siempre vas a ganar y llega el momento de las pérdidas, de la obsesión por recuperar el dinero perdido, de pedir préstamos al banco, de mentir, de crearte una ansiedad que no te deja ni de día ni de noche, de cambiarte el carácter y dejar de ser tú mismo, hasta acumular más de 30.000 euros de deuda. De todo esto mi familia no sabía nada, porque mi mayor miedo era que se enterara mi mujer y pudiera perderla a ella y a mis dos hijas.


Es entonces cuando conozco a la asociación LAR, a la que voy por mí mismo y donde me doy cuenta de que esto le está pasando a mucha gente, al igual que a mí. Al mes decido dar el paso y contárselo a mi mujer, porque el apoyo y la ayuda de la familia es algo muy importante en esta enfermedad, solo no se puede. No se me olvidará ese día en mi vida, por todo lo que conllevaba, y por suerte mía, mi mujer lo aceptó (una lección de amor) y decidió ayudarme. Hoy en día asiste conmigo a terapia en la cual los dos aprendemos de los demás y de nosotros mismos.


Esto es un camino muy largo, pero un punto de inflexión en mi vida, donde he descubierto que la ludopatía es una enfermedad y hay que tratarla como tal y con ayuda, porque no quiero recaer nunca más, porque he estado a punto de perder lo mejor que tengo en la vida, que es mi familia y mi propia vida, y porque la ansiedad que te crea el juego y las mentiras es insoportable.


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- Antonio, 56 años.


Me llamo Antonio, soy ludópata y tengo 56 años. Soy guardia civil retirado por accidente laboral, y quiero contar mi testimonio por si puede servir de ayuda a otros compañeros que tengan el mismo problema y les pueda servir de ayuda con esta adicción.


Yo siempre he sido una persona muy competitiva, de hecho, siendo muy joven, me gustaba una barbaridad jugar a una máquina de videojuego, me encabezoné con ella hasta tal punto que no salía muchos días con mi novia (hoy en día mi esposa). Jugué tanto que llegue a dominar la máquina de tal manera que me llegó a aburrir. Luego empecé a jugar al futbolín. Cuando me di cuenta que lo dominaba, empecé a utilizarlo como una manera de sacar beneficio, ya sea para jugar gratis como para apostar consumiciones e incluso dinero. Fue tal la obsesión por el futbolín que empecé a competir a niveles autonómicos e incluso a nivel nacional, y siempre con el mismo objetivo: sacar beneficio. Nunca he jugado a nada por ocio o por el mero hecho de hacerlo por distracción, siempre imperaba la obsesión de sacar un beneficio. Creo que con esta actitud fue la que me llevo a desarrollar mi ludopatía.


En el año 93 entré en la guardia civil, siendo destinado a Huesca, allí fue donde empezó el problema. Empecé a salir con un compañero al que le gustaba mucho jugar a todo y yo empecé a jugar con poca cosa, hasta que un día fui solo, jugué unas monedas y me toco un premio de 10.000 pesetas y pensé que el juego lo controlaría como el futbolín o la máquina de marcianitos, y creo que ahí fue cundo me enganché. Yo de por sí era competitivo, pues me creía que sería capaz de ganar a la máquina y, nada más lejos de la realidad, empecé a jugar más cantidad de dinero y, por supuesto, a perder, hasta que me vi atrapado en el juego. Todo esto ocultándoselo a mi mujer. Tomé la primera decisión errónea tras perder una cantidad de dinero importante, vender una cadena de oro con una cruz que me habían regalado. Hice más de 70 kilómetros para venderla, me desplace hasta Zaragoza, ya que en Huesca no había casa de compra venta. Me dieron 15.000 pesetas y pensé que con eso podía tapar el agujero inicial y devolverlo para recuperar lo que había vendido, pero nada más llegar a donde vivía no se me ocurrió que ir al bar que frecuentaba y gastarme hasta la última peseta, coger más dinero de casa y volver a perderlo. Fue cuando entré en un estado de ansiedad y medio depresión que no me dejaba vivir, y además con el miedo de que se enterara mi mujer.


Por aquel entonces había pedido destino para Andalucía y me lo concedieron. Fui destinado a Huelva, vi el cielo abierto, pensé que yéndome de allí se acabaría el problema, y no, no fue así, porque al llegar al nuevo destino, mientras cambiaba de banco y se hacia la mudanza, disponía de dinero y empecé a jugar otra vez, pero esta vez más fuerte. Se me empezaron a acumular pagos y que no llegaba a final de mes. Claro, mi mujer preguntaba por el gasto tan grande de dinero y yo le decía que eran pagos de la mudanza y de lo que habíamos comprado para reformar y amueblar el pabellón, pero veía que el problema seguía y cada vez jugaba más fuerte. Decidí ir a otras entidades abrirme cuenta y solicitar tarjetas de crédito para conseguir tapar la mentira ya que no tenía que tocar el dinero de casa. Hasta que ya estaba tan endeudado que pasó lo que tenía que pasar. Mi mujer sabía que algo había, no era normal el comportamiento que tenía: no dormía apenas pensando en cómo iba a salir del problema que tenía, estaba siempre de mal humor, me molestaba todo, súper agresivo... Tuve episodios negros que ahora que los recuerdo me da rabia y asco de mí mismo. Me perdí la comunión de mi sobrina por quedarme solo en el pueblo para poder jugar a mis anchas y sin control, me inventé una lesión para darme de baja y no ir a la comunión teniéndose que ir mi mujer sola con los niños a Córdoba, o cuando se fue a Córdoba a dar a luz a mi hijo y me quedé solo un par de meses todo el día jugando, apenas yendo a casa a comer, todo el día de bar en bar hasta quedarme sin un céntimo, sin pensar que mi mujer estaba a punto de dar a luz o que con el niño ya éramos 4 en casa y haría falta más dinero para comer y mantenernos. Nada, solo pensaba en jugar. Hasta que un día me cogió mi mujer y me dijo "cuéntame qué es lo que pasa", y se lo conté: era ludópata y estaba enganchado a las tragaperras. Su reacción fue ejemplar, me dijo: "No te preocupes, yo estoy contigo y vamos a salir adelante. ¿Qué es lo que debes? Vamos a pagarlo." Por aquel entonces estábamos pendientes de comprarnos un piso en Córdoba y de que nos concedieran una hipoteca que tuvimos que ampliar para pagar las deudas que contraje.


Estuve bastante tiempo sin jugar y me encontraba mejor, pero mi mujer no. Ya no era tan alegre y estaba agobiada por el futuro que podíamos tener, con dos hijos que sacar adelante, el pago de las facturas, la hipoteca, etc. Pasándolo muy mal, ya que solo disponíamos de mi sueldo, que no era suficiente.


Luego pase destinado a Córdoba al pueblo de Belmez. Nos fuimos a vivir a casa de mis suegros mientras arreglábamos el piso. Yo iba y venía del pueblo, lo peor que podía pasarme. Empecé a manejar dinero por estar todo el día en carretera, para gasolina y comida, y otra vez empecé a jugar. Como estaba solo, sin control y con dinero... una combinación explosiva para un ludópata. Pero esta vez fue más fuerte, empecé a pedir créditos, lo gastaba y pedía otro para pagar el que tenía pendiente. Volví al insomnio, ansiedad, agresividad, pero más fuerte, controlando el correo para que mi mujer no viera los recibos de los créditos, un sin vivir. Empecé a vender oro de la casa, registrando por todos los rincones de la casa como un ladrón, hasta el punto que mi mujer tuvo que llevarse el oro de la casa y llevárselo a su madre. Empecé con otras adicciones por el juego, consumía más alcohol y empecé a consumir cocaína, todo para desinhibirme de la que estaba liando otra vez. Hasta que mi mujer ya no podía más y me dijo que o me ponía en tratamiento psicológico o nos separábamos. Empecé a ir a un psiquiatra y a una psicóloga, volví a dejar de jugar y salí del consumo de droga y alcohol. Estuve unos 3 o 4 años sin jugar, hasta que el año 2018, poco antes de entrar en la asociación, tuve otra recaída, no tan fuerte, pero para mí la peor. Caí tan bajo que le cogí 600€ a mi hijo de su cuenta. Me duraron 30 minutos. Al salir del salón donde me jugué el dinero, me hundí, me sentí como una mierda, me daba asco de mí mismo y solo pensaba que si había sido capaz de robarle a mi hijo, qué es lo que no sería capaz de hacer.


Fue cuando decidí acudir a la asociación, ya que como no sea con personas con tu mismo problema y especializadas en esta adicción, no creo que se pueda salir y, por supuesto, con el apoyo incondicional de mi hijo y mi esposa, y con la convicción de querer curarme. Ya no podía más con la enfermedad, solo quedaba curarme o quitarme la vida, cosa que veía como un acto de cobardía. En febrero del 2018 empecé con el tratamiento.


Ya llevo casi 4 años, y desde que estoy en la asociación me ha cambiado la vida y, sobre todo, la satisfacción de ver a mi mujer riéndose y divirtiéndose. Eso me llena de alegría y me da fuerza para seguir luchando y poder ayudar, igual que me han ayudado a mí, a otros compañeros.


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- Anónimo, 50 años.


Soy ludópata.

 

Puedo decir sin temor a equivocarme, que la enfermedad de la ludopatía ha condicionado mi vida de manera fundamental, siempre de manera muy negativa y que es realmente ahora, cuando he cumplido 3 años de rehabilitación en LAR, cuando empiezo a ser consciente de la enfermedad que he padecido, y tengo las armas para luchar contra ella.

 

Tengo 50 años, y el juego ya estaba presente en mi vida a la edad de 13 o 14 años, cuando acompañaba a mi padre al bar y ya me llamaban la atención las maquinas tragaperras que allí había. Desde luego, no jugaba grandes cantidades, solo lo que mi padre me daba, y pasaron años antes de que realmente empezara a jugar de manera asidua.

 

Fue a la edad de 20 años, estando en la universidad, cuando empecé a jugar, siempre a las máquinas, de manera más frecuente. Me pasaba días sin ir a las clases, con un par de amigos a los que también les gustaba el juego, y echábamos la mañana entera en un salón de juegos que había cerca de la facultad.

 

Tengo que decir que, en esta época, aun no era consciente del problema que tenía, que ya me iba absorbiendo tiempo, yo creo que, en buena parte, porque el dinero con el que jugaba era el que mis padres me facilitaban para salir o desayunar.

 

Un salto cualitativo importante en mi adicción, se produjo en el momento en que empecé a trabajar y a ganar mi propio dinero. Ya no dependía de nadie para financiarme esa adicción, con lo cual, empecé a jugar cada vez más. No solo más cantidad, sino también más tiempo, de forma que, si bien en un principio, solo jugaba el dinero que me sobraba después de hacer mis pagos, después, y con el tiempo, dejé de pagar cosas para jugarme ese dinero y, finalmente, me jugaba todo el sueldo.

 

Paralelamente, se fue desarrollando en mí una de las características que nos define a los ludópatas: la mentira.

 

En efecto, para ocultar todo el dinero que me gastaba jugando (había meses que mi sueldo se había ido el día 5), mentía a mis familiares y a mi novia sobre el destino del dinero que se me iba en las máquinas. Por tanto, llevaba una doble vida: la normal con mi familia, con mi trabajo, mis amigos y novia; y la de ludópata, en la que echaba por la borda todo lo bueno que en mi otra vida había.

 

Los estragos en mi bolsillo y en mis relaciones personales que el juego iba provocando, fueron avanzando. Empecé a pedir dinero, primero a familiares y, posteriormente, a cualquier conocido, alegando las más absurdas excusas. Al principio devolvía ese dinero prestado, pero, con el tiempo, no devolvía nada, y mi mente solo estaba en la manera de conseguir más dinero para jugar.

 

El siguiente paso lógico, y que fue el que me hizo tocar fondo y, gracias a Dios, darme cuenta de la enfermedad que padecía, ocurrió cuando comencé a coger cosas de la casa para venderlas. A mi mujer la dejé sin ninguna joya, y a mi madre, que por aquella época estaba enferma, también le robé oro.

 

Finalmente, salió todo a la luz, todas mis trampas y mentiras, todo lo que había hecho para conseguir dinero. Fue a mi mujer, al darse cuenta de que le había sustraído todas sus joyas, a quien conté mi enfermedad. Naturalmente, ella me echó de casa y se divorció de mí. Por tanto, me vi totalmente solo.

 

Mi estado de ansiedad era tal, que el 16 de octubre de 2016, sufrí un infarto del que salí de milagro... y ahí vi claramente que tenía que hacer algo por mí, que había desperdiciado mi vida por el juego, pero que aún estaba a tiempo de intentar rehacer mi existencia. Si bien, no podría recuperar lo que había perdido a lo largo de todos estos años (familia, esposa, una vida en la que pude haberlo tenido todo, en definitiva), sí podía, al menos, intentar ser una persona con una vida plena.

 

Ahí fue donde conocí LAR. En esta asociación me han dado una base para empezar a construir algo. Soy consciente de que esto es un proceso largo, que no voy a reconstruir todo lo que he tardado en cargarme 30 años en un día, pero he aprendido que esta es una aventura maravillosa en la que tengo mucho que ganar.


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